Extraño país este, donde reina la
partitocracia. Aquí los perdedores de elecciones sonríen y los ganadores
lloran. La única esperanza de lucha contra la corrupción, aparte de jueces-héroes,
es la alternativa de poder ideológica, en lugar del control ciudadano de las
instituciones.
Los gobernantes legalmente
constituidos de una región, reniegan de las leyes que los instituyen y amenazan
permanentemente con la secesión de España.
Los mandatarios que nos han
arruinado, en vez de responder ante la justicia y sus ciudadanos, se retiran
con sueldos vitalicios y forman parte de los órganos de administración de las
empresas o dan conferencias a precios exorbitados.
Los bancos como empresas
privadas, quiebran, pero son rescatadas con dinero público.
Los directivos de grandes
empresas tienen sueldos anuales millonarios, pero deben cantidades astronómicas
a la Seguridad Social
y a Hacienda.
Un país donde hay diferentes
estudios elementales y distintos derechos e impuestos dependiendo del sitio de residencia.
Una sociedad que bebe de la
fuente de una televisión mediocre, que basa su programación exclusivamente en el
ranking de audiencia, ofreciendo sexo, violencia y morbo, rasando los
conocimientos culturales a la baja.
La formación de los escolares está
entre las últimas de los países europeos con las peores tasas de fracaso
escolar.
La inversión en investigación y
desarrollo (I+D) es de los porcentajes más bajos de los países de nuestro
entorno.
La emigración se produce entre la capa de población con mas formación y estudios.
En un país así, no es extraño que
nos gobiernen lo perdedores.
Gobierno de perdedores equivale a
política mediocre, cerrando así el círculo vicioso que nos lleva
irremediablemente a la quiebra económica y al fracaso social, del que solo saldremos cuando acabemos con
este sistema electoral del mundo al revés, donde nada es lo que parece.