domingo, agosto 19, 2007

EL NACIONALISMO, SEMILLA DEL TOTALITARISMO

La reciente negativa del gobierno vasco a poner la bandera de España en las instituciones, es una de los muchos desplantes de las autoridades vascas a las resoluciones del poder judicial en este Estado de derecho. Como recordaremos, también se negó a disolver Batasuna como grupo del parlamento regional, con la peregrina tesis de que el poder judicial no podía inmiscuirse en el poder legislativo. ¿Entonces para que esta dicho poder, si no puede imponer la Ley, que es para lo que se le requiere?
Despreciar y negar el estado partitocrático que legitima las instituciones actuales vascas es como morder la mano que les da de comer. Una actitud incongruente con los principios personales y políticos.
Si los que detentan el poder en la autonomía vasca fueran consecuentes con sus ideas, se retirarían de las instituciones, que menosprecian y no consideran suyas y proclamarían la independencia del País Vasco, como dicen que les piden “los vascos” (Ibarretxe dixit), colgando en exclusiva la bandera vasca que Arana copió de los británicos cambiándole los colores.
Pero, ¿A quien se refieren cuando hablan de los vascos? ¿Acaso los que piensan como ellos? ¿Suponiendo que fuesen mayoría, tendrían derecho a imponer, cambiando la historia, cultura y costumbres, una nueva nacionalidad vasca a la minoría, que es española como ellos y desea seguir siendo española?
En política, como arte de lo posible y como meta ética de conseguir el bienestar de la población dirigida, ¿Se puede imponer un criterio que cambie un hecho histórico, consecuencia del desarrollo de siglos de evolución cultural y social, con la consiguiente siembra de la discriminación y la discordia?
¿Se puede tener derecho a erigir una nueva nación por los presuntos sentimientos de un grupo de personas, aunque representen a la mayoría, sin base histórica ni argumental?

La unidad política de la Hispania romana, precedente histórico de la misma unidad visigoda, fue demolida con la invasión árabe del siglo VIII. El mosaico de estados formados durante la reconquista, fue, excepto Portugal, unido de nuevo por la monarquía de los Reyes Católicos en el Siglo XV.
Ni Euskadi, ni Cataluña, fueron jamás reinos independientes, ni su historia puede contarse separada de los reinos de Castilla, Navarra y Aragón que comprenden, en definitiva, la historia de España. En concreto, la mayor parte del Euskadi actual, tiene mas historia en el reino de Castilla que en el de Navarra, que es lo que actualmente reivindican como una especie de razón histórica, evidentemente falaz, de su esencia nacional.

No existe la pretendida nación vasca o catalana fuera de la imaginación de sus precursores burgueses, románticos e individualistas (Arana, Prat De la Riva, Rovira y Virgili, entre otros) y de la alienación ideológica posterior, producida en dichos territorios.
Si la autodeterminación fuese un derecho democrático, se debería empezar ejerciendo desde las comunidades de vecinos, pasando por los municipios, grandes ciudades, capitales de provincia, provincias y así sucesivamente.
Tendríamos que aceptar, en cada caso, la mayoría de la comunidad que quisiese independizarse del resto. Aún así, habría que repetir periódicamente la consulta, pues lo que hoy es minoría puede ser mañana mayoría y lo que es un derecho, no se puede negar a nadie de cualquier época o lugar. Como he escrito ya en esta bitácora, no se puede hablar de nacionalismo vasco, gallego o catalán antes de finales del siglo XIX. Por mucho que se diga, la I República aunque federalista y cantonalista, no tuvo ni por asomo ningún rasgo de nacionalismo periférico. No se podía ni plantear un referéndum sobre la independencia de estos territorios en esa época. Si los planteamos en los primeros años del siglo XX, cuando los nacionalistas vascos y catalanes eran los fundadores y su recua de seguidores, evidentemente no hubiesen prosperado. ¿Cuándo entonces hay que convocarlo? Y suponiendo que prosperara, y la experiencia independentista no fuese del agrado de la mayoría de la población, ¿se debería convocar un nuevo referéndum para volver a la nación española?
El hecho de ser español, como de ser francés, alemán o sueco, forma parte del derecho natural consecuencia de la evolución histórica. Es como el patrimonio histórico o arqueológico.
No se puede imponer con derecho positivo a un fenómeno existencial como pertenecer a un territorio y a una comunidad con determinadas leyes, normas y costumbres.
Proclamar una realidad nacional vasca o catalana fuera de la española es discriminar a parte de la población de ese territorio, que no tenga las características y cualidades que ideológicamente, suponen distinguir como vasco o catalán. Es también negar su propia historia desarrollada con personas pertenecientes a todos los rincones de España en los que también hay vascos y catalanes.
Se argumenta con frecuencia que los vascos y catalanes son más prósperos que el resto los españoles por su idiosincrasia y por el producto de su trabajo. Y aunque algo de razón en ello hay, se omite que en esa prosperidad influyó sobremanera la política de desarrollo que el estado español promovió en esas regiones desde la Restauración por ventaja competitiva y que dicho desarrollo se ha producido gracias al trabajo de un elevado porcentaje de población proveniente de otras regiones de España.
No existe hoy ninguna diferencia, por clases sociales, a parte de la idiomática o de tópicos costumbristas, que distinga a un vasco, gallego, catalán, castellano o andaluz,
No hay nadie, ni lo puede haber, con autoridad o capacidad natural para imponer a otros una nacionalidad nueva y diferente a la que posee de hecho determinada por la historia.
Querer imponer una nacionalidad distinta al resto de la población, con el argumento de la mayoría, es una falacia, pues dicha mayoría es ocasional, transformable y voluble y por tanto, no puede cambiar todo un pasado, y la nación es el bagaje histórico colectivo y la nacionalidad un derecho individual que, como derecho histórico y por tanto fundamental, debe estar protegido de dichas mayorías, por las normas constitucionales igual que el derecho a la vida, al trabajo o a la integridad familiar.
En la ideología nacionalista se basaron Hitler y Mussolini para construir los sueños imperiales fascistas de sus respectivas naciones. También el totalitarismo comunista promovido por Stalin tuvo un fuerte componente nacionalista en contraposición a la revolución universal promovida por Troski.
En el delirio ideológico nacionalista, vemos como terroristas que han cometido graves crímenes niegan y desprecian a las autoridades que les juzgan, comportándose de manera incivilizada, cargados con la razón de su ideología nacionalista, que presuntamente les da el derecho de poder matar inopinadamente al prójimo, aunque sea inocente o no piense como ellos.
Conozco a personas como cualquiera de nosotros, integradas normalmente en la sociedad, que justifican moralmente el terrorismo, crimen injusto donde los haya, por ser “el único camino que conduce a la independencia”. Hasta ese punto, conduce la deformación ideológica.
En este hecho no hay ninguna diferencia con la legitimación social de las deportaciones, cámaras de gas y asesinatos en masa de los totalitarismos.
Mucha gente sonríe con aire de incredulidad, cuando se dice que el nacionalismo es el germen del fascismo. Piensan en esos señores bien vestidos y de modales refinados que acuden al parlamento. Pero, el aislamiento social, la discriminación laboral, la desigualdad de oportunidades pretendida por la inmersión lingüística, la extorsión económica, la inseguridad ciudadana, la amenaza y el asesinato terrorista, que sufren los ciudadanos de esos territorios, son realidades que nos recuerdan donde está el límite de las palabras y los hechos, como productos consustanciales de la semilla nacionalista.

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